Friday, May 16, 2008

Cine y Urbanismo Castastrófico


Hola gente, os escribo una cosa corta, porque estoy liado haciendo uno de mis aparatosísimos y barrocos power point para la charla que daré en el MUVIM el 27 de mayo dentro del ciclo “Cine y Arquitectura”, y que tiene la siguiente programación, saquen papel y pluma:
Martes 20 de mayo: LA CASA COMO ESPACIO CINEMATOGRÁFICO. La casa de mi abuela (España, 2005), Adán Aliaga. 80’.Presentación: Áurea Ortiz Villeta (Profesora de historia del cine de la Universitat de València).
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Miércoles 21 de mayo: CINE CONTRA EL DISEÑO: Mi tío (Mon oncle, Francia, 1958), Jacques Tati. 120’. Presentación: Carlos A. Cuéllar (Profesor de historia del cine de la Universitat de València).
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Jueves 22 de mayo: EL CINE RECONSTRUYE EL PASADO: El perro del hortelano (España, 1995), Pilar Miró. 105’. Presentación: Félix Murcia (director artístico, ganador de 5 Goyas a la mejor dirección artística, uno de ellos por esta película).
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Viernes 23 de mayo: EL ARQUITECTO COMO PERSONAJE CINEMATOGRÁFICO: El manantial (The Fountainhead, USA, 1949), King Vidor. 114’. Presentación: Victoria Bonet (Profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia).
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Lunes 26 de mayo: EL CINE CONSTRUYE EL FUTURO: La vida futura (Things to Come, Reino Unido, 1936), William Cameron Menzies. 100’. Presentación: Javier Hernández (profesor de la Universidad Europea de Madrid y de la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid en la especialidad de dirección artística).
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Martes 27 de mayo: ESPACIO COMERCIAL Y ESPACIO CINEMATOGRÁFICO. Retratos de una obsesión (One Hour Photo, USA, 2002), Mark Romanek. 96’. Presentación: Nacho Moreno (Asociación El fusil fotográfico, crítico y documentalista). ..Jejejeje… siempre da un poco de risa idiota cuando hablan de uno como una persona adulta y competente… Jejejeje, es como “¿de quién demonios estarán hablando?”.... Además es muy confuso para mí porque suelo hablar de mí mismo en tercera persona, en plan “Nacho opina que esta película tenía buena fotografía”, o “Mujer, Nacho opina que este arroz está pasado”. Y cuando te presentan en un acto así en algún momento desconecto y creo que la persona que me presenta es una propia voz interior, como si fuera la tercera persona omnisciente de un relato “Nacho ha hecho esto y lo otro”. Vamos que estoy sufriendo un brote psicótico, y que la voz va a decir “Nacho que ha publicado tal artículo debe de matar a todo su público”. Pero entonces la voz se para, y suenan los aplausos, si los hubiere, y me doy cuenta que esas ganas irremediables que tenía de matar gente se desvanece porque hay 103 ojos mirándote (entre el público siempre hay un tuerto de esos que si te mira te gafa), esperando que les entretengas un rato. Entonces sube un desagradable eructo ácido desde la base del estómago, que es la primera de una larga serie de arcadas sofocadas que vas a sufrir a lo largo de la charla. Acto seguido empiezas a sudar por partes que nunca hubieras imaginado, como las amígdalas, y tienes un terrible ataque de pánico en el que te dan ganas de tirar la mesa al suelo y gritar al estilo del protagonista de The Elephant Man: “¡¡Noood soyyyd un mooooonstruooooo!!”. Si no haces eso, y tan solo tienes tres accesos de llanto, entonces, es que la conferencia ha ido bien.



Dicho esto vayamos con el artículo de esta semana: Nacho ha leído un libro que le ha gustado, el libro que le ha gustado a Nacho es Ciudades muertas: ecología, catástrofe y revuelta del ilustrísimo Mike Dives (http://www.nodo50.org/tortuga/article.php3?id_article=5228), experto en estas cosas del urbanismo post-nuclear. El libro va sobre la relación que establecemos con estos agujeros negros e inmundos llamados ciudades, y como ésta se articula en las últimas décadas a través del terror espectacular. Dicho así mooola, leído mola más, la verdad, además habla de cine. Ala, a mover los ojos horizontalmente:



Las miles de personas que encendieron sus televisores el 11 de septiembre estaban convencidas de que el cataclismo no era más que un programa, un engaño. Creyeron que estaban viendo las primeras pruebas de la última película de Bruce Willis. Desde entonces ningún jarro de agua fría ha venido a romper este sentido de ilusión. Cuanto más improbable es el acontecimiento, más familiar es la imagen. El “Ataque contra América” y sus secuelas, “América contraataca” y “América flipa”, han seguido desbobinándose como una sucesión de alucinaciones de celuloide que se pueden alquilar una por una en el videoclub de la esquina: Estado de sitio, Independence Day, Decisión Crítica, Estallido etc. Entre tanto, George W. Bush, que cuenta con un estudio más grande, responde a Osama Bin Laden, como hace un auteur frente a otro, con sus propias hipérboles encendidas de gran angular.



¿Se ha convertido, pues, la historia sencillamente en un loco montaje de horrores prefrabicados confeccionados en las cabañas de los escritores de Hollywood? Sin lugar a dudas, el Pentágono así lo creía cuando reclutó secretamente a un grupo de famosos guionistas, entre los que se encontraba Spike Jonze (Being John Malkovich / Cómo ser John Malkovich) y Steven E. de Souza (Die Hard / La jungla de cristal) para hacer una “lluvia de ideas sobre los objetivos y los planes de los terroristas en Estados Unidos y ofrecer soluciones para estas amenazas”. El grupo de trabajo tiene su base Institute For Creative Technology [Instituto para la Tecnología Creativa], una empresa conjunta del Ejercito con la Universidad del Sur de California, que explota la pericia de Hollywood para desarrollar juegos de guerra interactivos con sofisticados recorridos secuenciales. Uno de sus frutos es Real War [Guerra Real], un videojuego que prepara a los mandos militares para “combatir contra insurgentes en Oriente Medio”. Cuando el 20 de septiembre un “organismo de inteligencia extranjero”, no identificado, advirtió al FBI de un posible ataque sobre un estudio muy importante de Hollywood se trataba del último giro en una cinta de Moebius que urde la realidad con simulación, para luego volver a la simulación.


Nos vemos allí….
Os dejo con unos consejos del im-pres-cin-di-ble Ramón Gomez de la Serna para los oradores primerizos en "¡Me ha entrado algo en el ojo!".

Monday, May 5, 2008

Lars y el espectador idiota

El otro día fui a ver Lars and the Real Girl (Craig Gillespie, 2007) con mi amiga Aurea Ortiz, a la sazón crítica de cine del periódico “El Levante EMV”. Y ambas salimos con esa sensación de vacío que da el haber echado por el retrete esos preciosos 106 minutos que podríamos haber utilizado para leer, estar con nuestros seres queridos o ayudar a construir una sociedad más justa a través de las distintas organizaciones que a ello se dedican. Áurea, de ese rato que pasamos frente a la pantalla achinando los ojos y empequeñeciendo el cerebro al menos se sacó una crítica, que reproduzco porque es que esta mujer escribe que esculpe: “Que gran parte del cine comercial de Hollywood se dirige a un espectador infantilizado lo sabemos de sobra, pero que también el llamado cine independiente (sea eso lo que sea) apueste por ello nos ha pillado por sorpresa. Porque se puede hablar de buenos sentimientos, de la necesidad de la solidaridad y el amor entre las personas sin necesidad de hacerlo desde una perspectiva completamente infantil, que es exactamente la de esta película. El problema no es que los personajes sean como niños incapaces de enfrentarse a sus vidas, es que la película comparte esa opción y considera también al espectador como tal, capaz de tragarse sin rechistar y sin reflexión ninguna ese microcosmos de bondad sin límites que es el pueblo del protagonista.”. Muy bien todo, muy acertado pero… ¿y yo?. ¿No había echado por la borda el mismo tiempo?. Algo tenía que hacer, porque ya eran muchos días los que había pasado clamando al cielo con el puño cerrado ante la “gran estafa del cine indie”. Ese enfado me decidió a escribir este originalísimo artículo que es una copia casi palabra por palabra del que escribiera Alisa Parren para la revista de cine de la Universidad de California (Film Quarterly) sobre la cosa indie y sus espectadores, los indiotas.



La primera duda que nos asaltó una vez que se acabaron los títulos de crédito del bodrio intitulado Lars and the Real Girl (Craig Gillespie, 2007) fue “¿quién ha metido el cine de arte y ensayo en nuestro multiplex?”. El estupor y la duda creció cuando echamos un vistazo a nuestro alrededor: estábamos parapetados detrás de un muro de contención hecho a base de palomitas, a nuestro lado unas jubiladas comentan la película atronadoramente, y delante un grupo de chonis hablan a gritos con el móvil arrebatando la esencia a la comunicación a distancia. ¿Es este un sitio idóneo para pensar?. Pues no, la verdad. Pero aquí estamos y. nada más y nada menos que para ver una cinta independiente. Y, la culpa de esta situación, ¿quién la tiene?. Pues Miramax Films hombre, Miramax, que es que está claro. Hagamos un poco de historia…



Miramax es una empresa fundada por dos hermanos Harvey y Bob Weinstein que comenzó a trabajar en la década de los 80 cuando la fiebre de los videoclubs hizo que los distribuidores independientes tuvieran cierta cancha. Interesados en el llamado cine de festival, de culto y en lengua extranjera (o sea, en inglés no americano) fueron afianzándose poco a poco gracias a la distribución y producción de películas de “calidad” a las que aplicaron un inteligente uso del marketing. Véase por ejemplo cuando Daniel Day-Lewis habló ante el Congreso de los Estados Unidos a favor de la gente con minusvalías porque había pintado con los pies en My Left Foot (Jim Sheridan,1989). Otras pelis que distribuyeron en la década de los 80 fueron “Pele el conquistador” Pelle erobreren (Bille August, 1987) o The Thin Red Line (Terrence Malick,1998).




El final de la década de los 80 y el principio de los 90 estuvo marcada para Miramax y para el resto de los mortales que nos ponemos delante de pantallas por una peli, Sex, Lies, and Videotape (Steven Soderbergh, 1989). La peli de Soderbergh es la madre del cordero del cine indie, o mejor dicho del “pelotazo del cine indie”; una película que marcó una nueva época en la producción y distribución de películas, haciéndose eco de cómo Hollywood estaba cambiando. Sex, Lies, and Videotape fue la primera de una larga serie de “indie blockbusters”, o sea, “rompe-taquillas independientes” ya que con un presupuesto escaso de 1.1 millones de dólares hizo 24 millones de dólares sólo en EEUU, convirtiéndose en mejor inversión que Batman (Tim Burton,1989) que con una inversión de 50 millones de dólares, recaudó 250 millones de dólares en el mercado doméstico.

Tras su estreno, la peli de Soderbergh empieza un largo recorrido de festivales que culmina con la Palma de Oro de Cannes, lo que le lanza al mercado europeo con la bendición de los críticos. Pronto en los periódicos y revistas del ramo cinematográfico aparece una frase que se va a convertir en lugar común para el cine indie a lo largo de los años “fíjese usted, que esto es cine de calidad, que son unos pequeños productores y distribuidores frente al Mal Absoluto, Hollywood”. Mientras los críticos y los espectadores decíamos esto, cada vez había más señales que demostraban que nos la estaban metiendo doblada. Por ejemplo, los grandes conglomerados de Hollywood estaban abriendo sus empresas “independientes”, que son, a saber: Universal Focus, Paramount Classics, Fox Searchlight y Miramax que desde 1993 encienden los puros que se fuman con dólares gracias al dinero que ha metido en la Disney. Esas grandes corporaciones en su admirable lucha contra el aburrimiento se dieron cuenta que “lo pequeño era hermoso”. Es decir, que una buena película indie podía dar en el mismo lote dinero (si comparamos los riesgos de inversión de una gran película) y prestigio (a través de los premios que son la mejor forma de publicidad gratuita). Así por ejemplo, los Oscars de 1995 fueron llamados el “Año de los Independientes” ya que concurrían a los premios The English Patient (Miramax / Disney), Breaking the Waves (October /Universal), Fargo (Gramercy/Polygram) y Shine (Fine Line/Time Warner)… como pueden ver entre los productores hay gente tan independiente como Polygram o Time Warner.


Ese estado de cosas nos ha llevado a que esas empresas amorfas del espectáculo tengan una producción pues directamente delirante, basada en lo extremadamente grande y lo (no) extremadamente pequeño. Es decir, entre Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl (Gore Verbinski, 2003) y Lars and the Real Girl (Craig Gillespie, 2007). El primer tipo de películas se basan en grandes operaciones económicas que incluyen desde el video juego, los snacks, la ropa, los disfraces, y toda la parafernalia fetichista del Hollywood de centro comercial. Esas películas suponen grandes inversiones de dinero para los conglomerados del entretenimiento que normalmente son superados por las ganancias, a pesar de sus muchos riesgos. El segundo tipo de producción se basa en el “cine indie”, pequeñas producciones, con historias sofisticadas o adultas donde prima el sexo o la violencia. Por ejemplo, Sex, Lies, and Videotape era un canto a la impotencia y a la paranoia sexual en la época del SIDA, y Lars and the Real Girl es un canto a la imbecilidad sentimental y a la asexualidad bajo la era de Internet. Pues no está tan mal… dirán ustedes. Las grandes empresas cinematográficas tienen su línea de best sellers y su línea de ediciones de bolsillo para la gente que guste de otras historias. Pues no. Las cosas no son así de sencillas, sobre todo porque hay gente que sufre. Hay grandes damnificados. Piensen en Meg Ryan, ¿dónde está la lenguaraz y locuela actriz que conquistó nuestros corazones hasta mediados de los 90?. O el puto Tom Hanks, ¿dónde se ha metido?. Vale, hace poco hizo “La guerra de Charlei Wilson” / Charlie Wilson's War (2007). Pero, ¿no es un destino triste?. Ese no era un vehículo apropiado para el gran Tom. Vaya, que debe de haber un montón de actores de los 80 y 90 completamente desesperados porque algún gafudo salido de alguna universidad de cine americana les encuentre nuevos registros, registros más adultos que representarse a sí mismos hasta la nausea. O dicho con otras palabras: el grueso de la producción del cine clásico, es decir, las películas para la clase media en las que una estrella de cine se repetía a sí misma en distintas situaciones, prácticamente ha desaparecido del cine americano (lo que más le gusta hacer a Robin Williams últimamente es de psicópata). Pensarán que exagero, pero, detenganse y reflexionen porque se parecen cada vez más las programaciones de los cines de Versión Original y la de los cines normales…


El otro signo del apocalipsis audiovisual que nos viene encima es el marketing y los nichos. Miramax, la pionera en este campo lo tenía claro, cada producto debe tener una publicidad cuidada, destinada a un sector concreto de la población (es decir, a un “nicho”) y sobre todo, debía sacar el producto del “gueto del cine de arte y ensayo”. De hecho para Sex, Lies, and Videotape Soderbergh hizo un tráiler así como muy experimental y demostrando que para ir a ver aquello se tenía que haber ojeado, al menos, un libro en la vida. Y los hermanos Weinstein, dueños de Miramax, le afearon la conducta diciéndole que ya se encargaban ellos de lo de la publi. El cartel que hicieron, con una excelente fotografía, sería imitado en los años siguientes por otros “indies”. Por un lado. colocaron arriba esa sopa de laurel en la que se han convertido los carteles de cine con esas ramitas rodeando las frases “Decimonona ganadora del Festival de Cine Decepcionante de Ontario” y luego alguna sentencia de algún crítico de revista de prestigio “Una entrañable actuación a base de una perfecta dicción. M.J.P. de Cashiers du Multiplex”. Con estos señuelos se intentaban ganar la atención de la audiencia de cine de arte y ensayo: baby boomers, cuarentones, con gafas de pasta, que han crecido con el cine internacional y el Nuevo Cine Americano y que van a sitios incómodos de celebración del cine global, en Valencia, “Los Albatros”.





Por otro lado, los carteles de las pelis “indie”, a partir de Sex, Lies, and Videotape, tienen una apariencia visual muy atractiva (antes sabias que la peli era buena porque el cartel era horrible), como de anuncio de bebida carbonatada para jóvenes. Además la foto del cartel subraya algún aspecto que pudiera llamar la atención por su carácter adulto: sexo, gente que se compra muñecas hinchables, violencia. Al lado de la foto, una frase que aligere las opiniones de los críticos, al estilo “¡¡¡Una entrañable comedia!!!” o “La mejor idiotez del año”… Más que nada para demostrar que es una peli de pensar, pero poco, y que se pasa en un ratito. Vamos que es una peli que pueden ver los jóvenes, el segundo nicho de mercado al que está dedicado este tipo de películas.



Para ir terminando, a mí como estrategia de marketing, la historia del cine indie, en principio pues no me parece mal: comprender que a la gente le pudieran gustar historias más adultas es un gran paso para tratar con respecto al espectador, pero malinterpretar esa idea tiene sus consecuencias. Querer meter el cine “independiente” y sus historias adultas en los multiplex o los grandes almacenes tiene su precio. Es como si a la entrada del Kinepolis pusieran “quien entre aquí que abandone toda la esperanza”, ya que a esos sitios se va a consumir alocadamente, y no a pensar (ni siquiera a pensar con la vista). Lars and the Real Girl es un claro ejemplo de un cine de arte y ensayo para grandes almacenes, o la reunión de lo peor de dos mundos. Porque si ese cine que habla a gritos al espectador, el de los Kinepolis, me resulta pesado, también me resulta cansino el sentimiento catedralicio que produce las Filmotecas, lo incomodas que son las salas de Versión Original Subtitulada, o lo tramposas que resultan ciertas programaciones… en fin, hay días que tras ir al cine con los amigos, se acaba como los protagonistas de la barca de la Medusa: hambrientos, malhumorados, cansados y desorientados dentro de las crueles aguas del mar Ocioanico.



Miren las tonterias que se pueden hacer en un cine en "Me ha entrado algo en el ojo"