
Una película que no decepciona: el título anunciaba que íbamos a ver a 300 fornidos melanpygos, y melanpygo arriba, melanpygo abajo, los vimos - yo no los conté, vaya, pero creo en el buen hacer del director. ¿Qué que es un melanpygo?, pues según el griego antiguo –que aquí nos viene a pelo- es lo que se conoce como “culo negro”, o el origen de nuestro querido gay-oso. Pero, ¿que hacen 300 gay osos vestidos a la vieja usanza espartana- capa fantasía (un vuelo precioso), sucinto paño en la entrepierna, y algún loco arnés rematando el conjunto- en el incomparable marco del Paso de las Termópilas?. Pues, matarse como perras unas a otras luchando, según entendí, primero con un ejercito de Orcos, después con un ejercito de ninjas y finalmente con una “filá mora” como una de esas formadas por empresarios alicantinos del PP. Todos capitaneados por una drag-queen, Jerjes, que era, pero oiga, tan maricona que resultaba ofensiva para la comunidad de personas con sensibilidad en general y la gay en particular –los que queden que conserven la facultad de sentir, que deben ser pocos.

Pero, no nos engañemos, la película funcionaba como un genial y sobredimensionado entretenimiento en el que se mezclan elementos tan enloquecidos que, inducidos por las imágenes y el subidón de azúcar que nos produjeron los 4 litros de cocacola y las 8 palmeras de chocolate que llevábamos en el cuerpo, casi nos levantamos a cantar: “¡¡¡ Xerges…Xerxes…Leonidas…Leonidas… todas quieren ser las campeonidas!!!”. Este es, en definitiva, un filme visualmente muy cautivador, gracias sobre todo al aspecto de terrible pastiche, que es, con diferencia, su aspecto más moderno. Sino fíjense, fíjense: todos los grandes entretenimientos de la actualidad, desde una final de fútbol europea hasta la sagrada misa de algún alto pontífice pasando por la presentación de algún bólido, son unos maravillosos y absurdos remedos donde se mezclan, como aquí, la imagen del héroe solitario y al mismo tiempo la de una pequeña comunidad unida. La imagen de la mujer como desagüe de niños, con la de la fémina aguerrida que revindica su lugar tradicional. La mística de los más fuertes, con la democracia de “mátalos-a-todos-y-que-Dios-decida”. Si, tal como dice alguna estricta teoría del arte, los pastiches artísticos aparecen en épocas de degeneración cultural, la nuestra, queridos, no tiene salvación. Porque éste no es sólo un reaccionario pastiche filosófico, sino también uno estético:

Para el personaje de la Sibila se toma, por ejemplo, como referente visual las locas locas imágenes del misticismo prerrafaelista
Todo buen espectáculo tiene sus precedentes y éste hace uso de uno de los mejores: la historia mayor jamás contada… o es ¿“la historia jamás mayor contada”? o ¿“la contada mayor jamás la”?. Y no es como piensan, mendrugos, la historia del circo – que esa es el mayor espectáculo visto… o algo así- sino la sagrada Biblia, y más concretamente todo lo que es la primera parte, la del Dios del Antiguo Testamento, vengativo y como de mal rollo. Pasado, eso sí, por el turmix de Hollywood, y tachán…
La estética de Jerjes quedaba clara según pudimos entender por los exabruptos que oíamos en las filas traseras: “…ese es como el Ramón… como la Ramona…JEJEJEJE… más maricón que un ajo…ese es de la cáscara amarga”. Con ese lenguaje tan popular y llano, nuestros compañeros de butaca querían acaso decir que Jerjes era un "euryproktos" o “culo ancho” en griego antiguo antigüismo pero que se entiende a la perfección. Yo no entraría en el debate de preferencias sexuales porque como que me parece de mal gusto, pero sí que pondría el acento en la fascista exaltación de la normalidad que se hace a través de este "katapygon" –“mariconazo”- como la copa de un pino. En el filme, todos los buenos son unos tios buenísimos, unos chuletones de Ávila –hasta desde los planos generales se puede apreciar los fornidos músculos- y todos los malos tienen costumbres raras o son deformes, o maricones. Y claro, esto en Uzbekistan pues ha sentado fatal, fatal, la verdad, que hasta la embajada ha escrito una amarga queja diciendo que sus antepasados, los Persas, pese a ser una civilización interesada por la decoración de interiores (la primera de hecho) no tenían, ni de lejos, tanta pluma: http://www2.irna.ir/en/news/view/line-16/0704018548200207.htm . Jerjes, el malo malísimo, eso sí, al final no muere sino que simplemente la marcan la cara; y es lo que dicen las abuelas de mi pueblo: “chica, oro con plata, mala pata”.

Aunque también dicen: “si te barren los pies, no te casas”. Por cierto, la que también es muy redicha y que no paró de hablar en toda la proyección fue Áurea, que entre inaudibles susurros de “Mátalos a todos Leónidas, mátalos…”, gritó: “¡¡Pues el malo se parece al del Stargate!!”, pero no se preocupen que como en ese momento sonaron 7 móviles a la vez, pues como que casi no se notó. Pues si, Áurea, maja, sí que se parecía al de Stargate. Por cierto, fíjense, en las tres fotos: ¡¡Que caída de ojos!!. ¿Quizás en eso residirán sus poderes paranormales?. “Voy a usar mi mortal caída de ojos”.
Con esto llegamos a otro aspecto genérico, y espinoso, del filme: la glorificación de la masculinidad tanto en su aspecto físico como (a)psicológico. De hecho, creo que es filme tan masculino que partiendo de una premisa totalmente maricona como es hacer revista, un vaudeville musical, sobre un hecho históricamente deformado como es la batalla de las Thermopilas se llega al extremo contrario: a un divertimento completamente homófobo y estéticamente fascista. 300 es, en definitiva, como una película de Chuck Norris mezclada con un anuncio de colonia para hombres. Claro, combinando estas dos fórmulas, éxito seguro: a las tías les mola porque salían macizorros – aquí hay un interesante debate en torno a por qué las mujeres adoptan en su disfrute de la imagen del hombre parámetros estéticos tan gays: ¿por qué aún no dominan los medios de comunicación? ¿por qué estamos ya tan idiotizados por el mercado que nos comportamos todos como una pandilla de quinceañeros gays en rebajas?... A los tíos, en cambio, les mola porque salían mamporros a diestro y siniestro, y una violencia a la vez explicita y estetizada como la de Matrix. Aunque me gustó la idea de exacerbar los elementos tradicionalmente masculinos de los géneros de hombres – el peplum, el western…- hasta convertirlos en una loca fantasía oriental gay. Para darles la vuelta, después, presentando a los malos como una raza degenerada muy dada al fornicio entre personas del mismo del mismo sexo, y transformar así la fantasía oriental gay en la moral historia de Sodoma y Gomorra. He de admitir que el conjunto era muy ofensivo: las mujeres parideras –“Habló porque sólo una mujer espartana puede dar a luz hombres de verdad”- o amas de casa –“no hablo como Reina sino como esposa y madre”… vaya, nena, para algo que podías haber hecho. Los malos, locas degeneradas o seres deformes hasta el vómito.

(Un cuadro de Jacques Loui David, un cómic ultraviolento, y una foto de dos chaperos de Baja California: Tres manera de entender la amistad masculina)
300 es en conclusión, puro arte fascista. En el sentido que da al término Susan Sontag - ahí es nada-: la celebración de un ideal humano superficial, simple, sumiso, y bello que celebra la muerte. Susan Sontag escribió de “El Triunfo de la Voluntad” de Leni Riefenstal: “El arte fascista glorifica la capitulación, exalta la mecanicidad y el caos y embellece la muerte” (desde http://blogs.orlandosentinel.com/entertainment_movies_blog/2007/03/300_as_fascist_.html) Y ¿no es ese, en definitiva, el mensaje último de un film tan entretenido como ideológicamente peligroso? ¿ein?.