

EL ÚTERO DEPREDADOR
Les voy a contar como empezó la idea para esta larga entrada: hace un mes me dirigía silbando alegremente hacia la biblioteca donde suelo trabajar cuando al girar una esquina, ¡¡¡MALDICIÓN QUE VEN MIS OJOS!!!, ¡¡¡DIOS SANTO!!!. En medio de la plaza central de la universidad donde estoy, la de la Colorado State University, unos majaderos no sé si pro-vida o anti-sutileza habían colocado una enorme carpa, una especie de anuncio tridimensional de cinco metros de altura lleno de fetos despedazados, descuartizados, hechos añicos. No había manera de evitar ese circo, y encima, doble maldición, mi sitio preferido en la biblioteca era un palco privilegiado desde donde observar a uno de ellos, el más sangriento, el más despedazado y el más abortado de ellos (si es que en esto existen grados). Aquel día empezó una larga semana de convivencia con fetos muertos. Tras cinco días de trato llegue a dos conclusiones: primero, pero cómo se parecen estas fotos a las de los menús de los restaurantes chinos (no en serio, que están cocinando esos tipos). Y segundo, pero si esas fotos hablan de… pero no sé, no puede ser…





De todo eso trata una película excepcional, imprescindible y bella, Lake of Fire (2006) de Tony Kaye, director de la conocida American History X. Esta es una cinta sobre el aborto y el terremoto social y personal que produce. Una película rodada en blanco y negro, donde siempre suena un bellísimo réquiem, y donde el director plasma quince años de investigación y entrevistas. Olvídense de idioteces como Super Size Me, en esta peli tenemos un examen serio con una voluntad de captar todas las variantes que un tema así puede suscitar. Desde Noam Chomsky relativizando las posturas morales, hasta cristianos pro-choice, pasando por entrevistas con asesinos de médicos y figuras legendarias del derecho al aborto ahora convertidas en cristianas renacidas. Todo este fresco, un tanto disparatado, se convirtió en material de Grand-gignol en otra película que también gusta mucho, Palindromes (2004) de Todd Solondz. Esta cinta, que actuaba a modo de una buena caricatura, y que dibujaba la historia de una joven a la que sus padres obligan a abortar, para acabar engrosando las filas de los anti-abortistas más radicales, no dejaba de ser, en su acidez, muy humana y próxima. Además, acuérdense, que tenía aquella cosa experimental de cambiar a la actriz que representaba al personaje principal según sus estados anímicos.



Junto a estas dos, otra de las cintas que nos puso el corazón en un puño, y nos colocó un puño en el estómago fue 4 luni, 3 saptamâni si 2 zile (2007), o sea, “4 meses, 3 semanas y 3 días”, una peli rumana donde se cuentan las terribles circunstancias que rodean el aborto de una joven rumana durante la dictadura comunista de Nicolae Ceauşescu (la peli esta ambientada en 1987). En ella se refleja la violencia diaria y cotidiana en la que se ve envuelta una mujer cuando el aborto es ilegal. Es una historia terrible, donde la angustia se mezcla con lo cotidiano cuando asistimos a los viajes en busca de doctor, a las cenas familiares, a los reproches entre amigas. La historia, en fin, da un giro brutal cuando el “médico” pide sexo a cambio de practicar el aborto. Cuando la ví me pareció que la película patinaba hacia el terreno del melodrama tremendista, y que de un momento a otro iba a aparecer un vibrato de violines anunciando algún giro aún más tremebundo, pero meses más tarde descubrí en un libro titulado Abortion and life, que esta práctica era común, y que muchas asociaciones feministas americanas que daban una lista de “clínicos” seguros durante las décadas de los 60s tenían que revisarla periódicamente debido a las denuncias por este tema. Una película dolorosa, sorda y feroz donde se puede ver uno de los planos fijos más discutibles de la historia del cine.

Sin embargo, para cerrar esta primera parte, la dedicada al útero, conviene señalar que el tema del feto despezado americano tiene, además del disparate derechista, otro origen cultural: el feto embotellado europeo. Hace meses descubrí este magnifico artículo, Anatomy of a motif, donde se analizaba la presencia de fetos embotellados en la pintura y la ilustración de finales del SXIX, especialmente en la corriente simbolista. Allí podemos ver no sólo una larga selección de pinturas y referencias culturales que harán las delicias de las historiadoras del arte que me lean (la más bizarra: un dibujo de Somm donde se autorretrata como un feto embotellado en alcohol haciendo referencia a su adicción por la bebida), sino que a través de las valiosas informaciones que nos da, podemos establecer un paralelismo entre la Francia del SXIX y la América del XX. En el texto se nos cuenta, por ejemplo, que la visión de fetos embotellados era algo relativamente próximo a los ciudadanos a través de las Escuelas de Medicinas y de las ferias de curiosidades, pero que pasó a ser un tema popular en un país como Francia debido a que la guerra franco-prusiana y las matanzas de la Comuna habían instaurado el miedo a la despoblación. Estos acontecimientos se vieron además acompañados por la aparición de la “mujer nueva”, es decir, “la mujer feminista”. A este respecto, los especialista tampoco se quedaron callados, y por ejemplo, el economista Pierre Paul Leroy-Beaulieu demostró estadísticamente, es decir sumando y restando, que la despoblación era causada directamente por el feminismo: “tengo dos niños, pero me llevo una feminista son…”. Así mismo, Vacher de Lapouge presentó una enloquecida teoría según la cual el feminismo era el causante de la degeneración de la raza (francesa, se entiende) ya que si las mujeres más listas, ergo las feministas, no tenían hijos la raza podía acabar hecha un asco y gustándole las películas de Louis de Funès.


LA MENSTRUACIÓN DELICTIVA



¡¡¡ Ostras Pedrín!!!,. que lo que Lambroso nos está contando es casi casi Marnie (1964) de Alfred Hitchcock. O sea que esa fobia del personaje, Marnie Edgar, por el rojo, y esos fundidos a rojo que nos regala Hitchcock en toda la película no son otras cosa que “fundidos menstruales” (esta es mi bizarra teoría: “free Winona”). Claro que cuando se junta la menstruación con la telequinesis ahí sí que la tenemos montada. Me estoy refiriendo, claro, a Carrie (1976) de Stephen King. A Stephen King se le ha acusado de ser un machista horripilante al retratar a esa extraña joven criada por una cristiana fundamentalista como una loca telequinética dispuesta a mover objetos punzantes hacia sus compañeros. Sin embargo hasta llegar a ese final sangriento, Carrie ha aguantado carros y carretas, como por ejemplo cuando le sorprende la primera regla en el vestuario femenino, convirtiéndola en el monstruo que siempre ha sospechado ser. A este hecho sus compañeras responden creando una red de apoyo que consiste en lanzarla tampones, compresas y gritarla: “¡¡¡freak, pedazooooo de freak!!!”. Aquél episodio es un punto y aparte para Carrie, que se pone en contacto con su yo-interno, que resulta ser un yo-interno telequinético y ciertamente asesino. Esta película, en fin, ha sido tradicionalmente vapuleada por las feministas quienes consideran que la aniquilación masiva de sus compañeros de instituto no se puede reducir a un típico “¡¡¡Oh Carrie!!...ya sabes, está en uno de esos días del mes”, o por utilizar una expresión típicamente americana “¡¡¡Oh Carrie!!!... ya sabes, está cabalgado el caballo de algodón”. Principalmente por no reducir a la mujer / a Carrie a uno de sus órganos reproductores. Sin embargo, y en este caso, tengo que discrepar de mis amigas feministas pues lo único que hace King, y por intermisión el director de la película Brian De Palma, es hacer lo que sabe hacer mejor este hombre: coger uno de nuestros pequeños miedos cotidianos y amplificarlo. Claro, que como miedo es un miedo típicamente masculino, a qué engañarnos, un miedo consistente en que nuestras mujeres, compañeras, hermanas y primas se transformen en monstruos violentos, guiados por la ira y el afán de destrucción. He visto casos, créanme, en que los lugareños cerraban contraventas y refugiaba a sus hijos mientras el cielo iba tomando un color cobrizo; a ese respecto los recomiendo este corto de you-tube donde se juega con las siglas PMS, o sea, “Pre-Menstrual Syndrome” llamándolo “Pre-historic Monster Syndrome”.



Irónicamente una película que literalmente transforma a las mujeres en monstruos por intercesión de la regla, es una de las más alabadas en este terreno por la crítica feminista. Se trata de Ginger Snaps (2000) de John Fawcett donde unas hermanas así como góticas, intelectuales y medio raras, son atacadas el primer día del periodo de una de ellas por una misteriosa bestia que merodeaba su vecindario, convirtiéndolas en chicas lobo. Que son, según parece, como las lobas de toda la vida: sedientas de sexo y sangre. Una crítica feminista, Tammy Oler, hace una interesante reflexión sobre la peli: “Como si fuera una respuesta a los clichés que expresan una unión esencial y biológica entre lo femenino y el horror, Ginger Snaps, nos urge a que examínenos cómo de potencialmente dañinos son esos vínculos para las jóvenes. La desgana que sienten las hermanas por alcanzar la adolescencia se basa precisamente en su deseo de no verse reducidas a sus partes / órganos femeninos. Ginger Snaps, en cambio, subraya la necesidad de las chicas de no significarse o habilitarse a través de algo específicamente femenino –algo que se derive de sus capacidades esencialmente biológicas- sino a través de expresarse a si mismas como individuos”.



LA VAGINA DENTADA


La película es uno de esos disparates amenos que divierten entre ocurrencia y ocurrencia y que tiene, además, el aliciente de ser un cuento de terror liberal y moderno. Con esa idea se la recomendé a mi amiga Monica Ciscar que tiene el pedigrí de haber sido expulsada de los círculos feministas más miopes, cuando la vio, me dijo dos cosas que me parecieron el colmo de la perspicacia: primero, “esta peli se parece mucho a Hard Candy (2005) en el personaje de la adolescente tomando conciencia de su poder y en la vulgarización de las teorías feministas”. Y, segundo, “esta no es una película feminista es una película hembrista”. “¡¡Toma ya!!” dije yo. Ahí me había pillado, la verdad, porque no comprendía muy bien el término, ella con esa paciencia que da ser buena amiga y haber trabajado como “monguitora” me explicó que me fijara mejor, que la peli no hablaba de la liberación de la mujer, sino de los asquerosos que eran los hombres. Que seguía describiendo el sexo como algo sucio y que, en última instancia, continuaba reduciendo a la mujer a su aparato reproductor. Que no fuera un merluzo y que no me cegara por cualquier modernidad (cuanto me conoce esa mujer)…


Os dejo con unas imágenes de mi próyecto feminista de calabaza de Halloween. Como verán traté el tema de la vagina dentada y la menstruación...