Friday, April 27, 2007

"Cartas desde mi prima" un criticazo de CARTAS DESDE IWO JIMA






Esta semana me fui al conocido “Cine Estudio D´Or” - Almirante Cadarso, 31- , uno de mis cines favoritos y una de las pocas joyas que conserva Valencia. El D´Or es un cine de sesión doble, popular y de barrio. Allí acuden las clases pasivas, los jubilados, los estudiantes, los pervertidos, las amas de casa y las funcionarias. También algún opositor aburrido. En el D´Or se habla en voz baja, se comen bocadillos de tortilla de patata y hasta hace poco te podías comprar una cerveza en la máquina automática para disfrutar de una sesión doble compuesta, impepinablemente, por una película buena que es la que actúa de gancho (la que has ido a ver) y por una película de alto contenido erótico. Porque el “D´Or” es un cine especializado en un género que podríamos denominar como “delirio erótico”; allí hemos visto grandes títulos de esta corriente como: Solo para clarinete, Intimidad, Nine songs o recientemente Shortbus. Películas dedicadas a las últimas filas donde se sientan oscuros y vetustos señores que, parafraseando a Jaime Gil de Biedma, viven “entre las ruinas de su sexualidad” … en el D´Or si uno pone la oreja puede oír las famosas “toses de corrida”. El D´Or es un lugar maravilloso porque, precisamente continúa siendo un lugar. Un sitio donde estar, como un parque o una plaza. Un refugio donde quedarse toda una tarde sin que parezca que uno está consumiendo sino que uno, simplemente, está estando. Así el D´Or con su fauna de viejos, locos y parados –allí no van pandillas de quinceañeros con el flequillo perfecto- está en las antípodas de los multi, mega y mierdaplex, grandes cines situados en centros comerciales y que crecen donde deben de estar, en tierra de nadie, en antiguos barrancos o vertederos, a las afueras de la ciudad, o a la entrada de alguna fría urbanización.
Aquella tarde el D´Or me ofrecía por 3 eurazos dos dramones relacionados con cartas: Cartas desde Iwo Jima, cuya crítica quedó pendiente desde hace meses y una de la Isabel Huppert, Gabrielle de la que no había oído nada, pero que ya me imaginaba que iba a ser una cosa como pegajosa y erótica.

Con Cartas desde Iwo Jima, Clint Eastwood completa su díptico sobre gente que se mata entre si, y que había iniciado con Banderitas de nuestros padres. La película, sin dejar de ser interesante desde el punto de vista del aburrimiento, planteaba una duda: ¿era necesario realizar otra versión de la misma batalla, la de Iwo Jima, contando la versión japonesa para acabar alabando los mismos valores que desde el punto de vista americano?. Pues no, la verdad. Cartas desde Iwo Jima mucho más preciosista (eso sí, sin colorines) y con mejores actores que la primera, incide en los mismos temas que Banderitas de nuestros padres, como son la desesperación que produce la guerra (tanto en vencedores como en vencidos), el honor viril como virtud cívica, la camaradería de armas y una crítica a la guerra no a través de las instituciones que la motivan (el estado, el ejercito) sino a través de las personas que la protagonizan. En ese aspecto Cartas desde Iwo Jima sí que es un filme muy americano y clásico ya que reduce los conflictos nacionales, sociales y económicos a historias personales. Vaya, que no es una película sobre el conflicto americano-japonés sino que es un filme sobre americanos y japoneses matándose. Y ¿me quiere usted decir que los japoneses no tienen madre?. Pues claro que tienen: madre, padre, perrito que le ladre y un tío abuelo de Osaka que cuenta unos chistes verdes graciosísimos. Y así nos lo enseña Eastwood, que los japoneses hieren a un americano y le confiscan una carta y el general que sabía mucho la traduce: “Querida primo, al recibo de la presente dese usted por enterado que por casa estamos todos bien. Tía Enriqueta un poco malucha, ya sabes que estos aires de Oklahoma me la tienen resfriada”. Y total, que todos emocionadísimos porque todos se acordaban de sus tías Enriquetas y sus primas Maruchis, que no vivían en Oklahoma sino en Japón, pero que para el caso nos daba igual, que un soldado nos lo dice “Mi prima Mar-U-Chi me hubiese dicho lo mismo”, por si algún despistado no se había dado cuenta. Y todos muy emocionados y el coro de toses de corrida sonando al unísono.



En este cargar las tintas Cartas desde Iwo Jima me recordó a una famosa película alemana durante la Segunda Guerra Mundial, Der Ewige Jude (1940), pero a la inversa. El judío eterno fue un documental promovido por Goebbels en el que el gobierno nazi se dedicó a atacar a los judíos con toda la artillería de desinformación, lugares comunes y misticismo barato que su ministerio de propaganda fue capaz, utilizando para ello métodos tan propios del celo racista como la animalización del enemigo. Al final resultó un producto tan recargado y partidista que aburrió al público alemán de la época que prefería las mismas ideas pero en melodramas sobre sanas familias arias rotas por la avaricia judía. Como es de todos sabido y se puede apreciar en la foto de debajo, en su ataque contra el eje del mal Alemania-Italia-Japón el aparato propagandístico americano utilizó los mismos métodos que los nazis (conviertiendo al enemigo en animales), y parece que unas cuantas décadas después, la película de Clint Eastwood viene a devolver al japonés su categoría de ser humano ... bajito.

Pero Eastwood en su defensa, como Goebbels en su ataque, se pasa de la raya. Los japoneses a parte de tener un exacerbado amor por su emperador (como los americanos por la mercadotecnia tal como vimos en Banderitas de nuestros padres) y de ser mortíferas armas de guerra, pintan, hacen mermeladas, escriben haikus utilizando mucho las palabras “nubes” y “cerezo”, se dedican al noble arte de la papiroflexia, aman a los animales de compañía, respetan a sus mujeres y antepasados y no sé cuantas cosas empalagosas que los hacen tan aborrecibles como los americanos de Banderitas de nuestros padres. Pero que también los había malos. Que esta verdad del barquero es en definitiva la moraleja que nos quiere decir Clint Eastwood tras 5 horas y pico que duran las dos películas: “oye, que gente buena y mala la hay en todas partes”. Pues, sí señor, y me quiere usted decir que Hitler tras una larga jornada exterminando gente no llegaría cansado a casa, pues como en cualquier trabajo de 8 o 10 horas. Llegaría reventaó.


Resumiendo, por si algún zopenco no me ha pillado la ironía, que esto de hacer películas sobre personas que está bien, que no digo yo que todo tenga que ser un sesudo tratado sobre las condiciones socio-económicas que provocaron la Segunda Guerra Mundial. Pero me parece que si perdemos la perspectiva histórica a favor (¿¿??) del drama personal pues como que queda muy estéril y desde luego no acaba siendo un relato que según pretende el director, nos ayude a madurar (¿madurar contándonos cuentos de niños?). Además, el hecho de que Eastwood revindique a los japoneses como personas pues, como que no sé, que feo, ¿no?.






Mañana a por la Huppert y otras.







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