Thursday, April 16, 2009

Rapidshare kills the critical star

Al amplio abanico de profesionales que miran con zozobra el futuro debido a la crisis (desde fabricantes de tornillos a narcotraficantes) se le ha de sumar un sector de la economía muy particular y quizás no muy productivo, pero seguro muy divertido: los críticos de cine, los escritores y los expertos en la cosa de la gran pantalla. Aunque éstos, es justo decirlo, venían tocados desde antes, y no digo de nacimiento sino de antes, de antes de la crisis económica, que lo tengo yo comprobado. Miren, yo soy muy aficionado a los cursos de cine, hago tantos cursos como se me ponen por delante desde “Cine histórico” hasta “Mujer y cámara”, yo pago por todo, escucho lo que puedo, y me entero de lo que buenamente me da la cabeza. A lo largo de toda esa trayectoria como alumno me he ido percatando de la profunda angustia que vive ese sector profesional y es que oyéndolos parece que una forma de entender el cine, una manera intelectual que nació allí por 1951 con el primer número de Cahiers du cinema, que saltó a España con la Transición (revistas como Dirigido por, Cinema 2002…), y que se nutrió a base de espectadores de Filmotecas y Cine-clubs, se está yendo al garete. Todo según sus palabras, que yo ni quito ni pongo, de lo que compro, vendo.

Sobre esta premisa se puede llegar a las conclusiones más disparatadas, incluida una que oí en una mesa de programadores de filmotecas sobre cómo el escaso horario de apertura de los bares puede afectar al espectador de filmoteca: cómo echa para atrás tanto a los aficionados a Jean-Luc Godard como a los de la puntilla, tanto los aficionados a Rainer Werner Fassbinder como a los de la sepia con mayonesa (“… y ahora a ver In einem Jahr mit 13 Monden ). Dejando a parte estas estridencias, en todos estos simposios poco, poquito se ha hablado de cómo el cambio de formato, de cómo la desaparición de la película como objeto físico, puede afectar a la crítica de cine. De qué significa ese cambio que no sólo estamos viviendo, sino que lo estamos haciendo, entre todos… De eso va este post. De buenas a primeras a mí se me ocurren dos grandes cambios:


1) La desaparición de la concepción del cine como “misterio doloroso”. Miren, los snobs del cine, la vieja guardia que retiene en sus pupilas las grandes imágenes de la historia de la imagen en movimiento, consideran el cine como un misterio doloroso. Es la vieja historia del héroe solitario que lleva una espada o una pistola al cinto: sólo superando ciertas pruebas nuestro héroe alcanza la madurez como espectador que tiene como recompensa el éxtasis estético a través de Béla Tarr. Así, muchos de ellos recuerdan los “gloriosos viejos días” de proyecciones fantasmagóricas, filmotecas con aviso de derrumbe y cine clubs piojosos: “Cuando era joven veíamos a Yasujiro Ozu en una copia con subtítulos en finés, en mono, proyectada en una pantalla sucia, mientras llovía y habían goteras…” Vamos muy parecido a esto



Para mí, y sospecho que para gente mucho más joven que yo, el cine es un “misterio gozoso”. Al menos eso es lo que percibí cuando conocí a un grupo de chicos y chicas que están poniendo en mi facultad una serie de películas agrupadas bajo el título “La violencia según el cine”. Ellos son jóvenes, modernos, inteligentes, guapos y raros (y yo los admiro y envidio secretamente), pues bien, no me los imagino de aquí 40 años diciendo: “en mi época teníamos que pagar 15 leuros por 3 meses de rapidshare, la banda ancha era una mierda, y la señora ministra de cultura decía que nos iba a cerrar el grifo”. Un inciso: la nueva ministra de cultura está contra las descargas ilegales, el ministro de trabajo está contra el paro, en España hay 4 millones de parados, esperemos que a ambos les vaya bien, que todos tengamos trabajos dignos, con sueldos dignos, que además de mantenernos básicamente nos permita comprarnos los lujosos packs de películas en un formato que no desaparezca de aquí 5 años (fin del inciso). Resumiendo: la piratería puede convertir el cine en un entretenimiento solitario, en algo parecido a una edición de bolsillo de los grandes filmes de filmoteca y festival, pero coño, democratiza saberes y contenidos. Y eso, queramos o no, tiene otra repercusión…



2) La pérdida de capital cultural que significa poseer conocimientos cinematográficos. Esto les va a encantar, porque además está muy de moda. Según las locas locas teorías del filosofo Pierre Bordieu la vida social, su éxito o fracaso, se puede trazar a partir de la posesión de tres recursos: capital económico (tener duros), capital social (conocer la gente precisa), y el capital cultural. El capital cultural se puede definir por poseer ciertas habilidades, poseer ciertos títulos universitarios, tener muchos libros o cuadros, tener un buen pensamiento abstracto y crítico, brillantez intelectual o capacidad investigadora. Es de todos sabido que para poseer algunas de estas cualidades y objetos hace falta tener dinero (y mucho), es decir, dinero invertido en educación, o en el caso que nos ocupa, dinero invertido en acceder a ciertas o a una cantidad razonable de películas.





Pero, ¿para qué sirve ver muchas películas y leer sobre esas películas? Pues amiguitos, para tener un buen capitalazo cultural, que la cosa no está para tirar. Cito y traduzco a Doublas B Holt: “Bordiue argumenta que el capital cultural asegura el respeto de otros a través del consumo de objetos que son conceptualmente difíciles y que sólo pueden ser consumidos por aquellos pocos que han adquirido la habilidad para hacerlo”. Por eso, antes de comprar una entrada conviene hacerse dos preguntas: “¿tengo las herramientas dialécticas precisas para comprender esta película?” y “¿tengo el coño para ruidos?” (porque a lo mejor una no tiene el coño para Ingmar Bergman, y oye, no hay que forzarse). Pero volvamos a los críticos, y pensemos en ellos como poseedores de un gran capital cultural cinematográfico, en acumuladores de ese capital, en fin, dicho en plata, en capitalistas culturales (cinematográficos). Pues bien, allí teníamos a ese sector en sus Filmotecas de Invierno, disfrutando de sus arañas de cristal y sus exclusivas proyecciones en rutilantes capitales europeas cuando algo pasó: no la Revolución, sino el Posmodernismo y el Rapidshare.


Con el Posmodernismo, y por no perdernos a estas alturas, pasó lo que pasó, es decir que al final las fronteras entre alta y baja cultura se fueron al garete. Que con el pop, el estudio del comic, los cultural studies, todo se convirtió en analizable desde Roy Andersson hasta “Granjero busca esposa”. Con esta tendencia se rompía la jerarquía que suponía el consumo de productos de élite, y con ello los aficionados al cine de autor tuvimos que oír de nuestros amigos y familiares frases como está: “el otro día fui a ver una película que era una mierda, te gustará” (¡!!!!!). Dicho de otro modo, el respeto que producía el consumo de objetos conceptualmente difíciles se fue al carajo cuando los materiales de la cultura popular se convirtieron en objetos de estudio estéticos y cuando los “objetos culturales de la élite se masificaron”. Y ahí sí que entra el internete y el Rapidshare.
Creo que toda justificación intelectual contra la piratería cinematográfica va en el camino de garantizar que los productos culturales de la élite se sigan manteniendo en el ámbito de la élite cultural. Y miren si es gordo lo que digo, pero creo que la cultura no se degrada porque gente sin posibilidad de gastar grandes cantidades de dinero accedan a ella (los jóvenes, por ejemplo), la cultura se degrada porque se proyecta en catedrales (las filmotecas), porque se convierte en un objeto de lujo (el precio de los libros, ¡¡¡el precio de los libros!!!), y porque su comercio se construye sobre la absoluta falta de respeto al creador y al espectador: miren yo no tengo la culpa de que se estén muriendo de risa mi colección de VHS y dvds, de que el cine en su soporte “utilitario” haya perdido valor como objeto…

Claro, que la élite sigue siendo la élite, y aunque preocupados porque han puesto sus ahorros de capital cultural en una especie de Caja de Castilla la Mancha (o corralito), nobleza obliga. Y si esta élite no se diferencia por el tipo de objetos consume, se diferencia en “cómo” los consume. “¿Usted conoce a Béla Tarr?, es que yo vi su última película en el Festival de Venecia”. Pues bueno, y yo con mi señora dormida, al lado, y mientras le caía un hilillo de baba (la pobre me aguantó 12 min de peli). Con todo esto lo que quiero decir es que Rapidshare ha puesto al alcance de un montón de gente inquieta un material que hasta hace un año escaso pertenecía exclusivamente a la élite cultural, y que eso merece la pena defenderlo a muerte, pero a muerte. Entre otras cosas porque ver buen cine repercute en hacer buen cine, porque como decía hace tiempo Francis Ford Coppola “gracias a las nuevas tecnologías [se refería a la cámara digital] de aquí unos años veremos a una chica gordita de Wyoming hacer una obra maestra”. Créanme, he estado en Wyoming, y he conocido a unas cuantas chicas gorditas de allí y una cámara digital no garantiza nada. No hace falta sólo material, sino educación y acceso a ella, ahora sí, ahora tras descargarse Werckmeister harmóniák esa chica gordita puede ser la Béla Tarr del Medio Oeste, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡yiiiiiiiiiiiiiiiiihaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!.



Este post está dedicado a la gente de http://www.cafeycigarrillos.com.ar/ y a la de http://scalisto.blogspot.com/ por las horas de voluptuosidad cinematográfica aportada, y a cierta comunista intelectual de la que tanto he aprendido…

4 comments:

atiras said...

Rapidshare! rapidshare!

con la crisis esta claro que la creatividad crece, solo hay que leerte!

la comunista intelectual agradecida said...

Jooooooder! Hay tanto para comentar en lo que has escrito que no sé ni por dónde hincarle el diente. Creo que, además de todo lo que has expuesto con tanta contundencia e ingenio, el capitalismo está consiguiendo que la creación se entienda casi exclusivamente como una actividad profesional (como casi todas, por otra parte). Es decir, un cineasta (o un músico o un escritor) es un profesional remunerado y como tal la defensa de sus derechos pasa únicamente por lo económico, cobrar o no cobrar. Y me parece que muchos creadores han interiorizado este punto de vista y, en vez de enfrentarse con los que se enriquecen gracias a ellos, las empresas, lo hacen contra los que consumen, o sea, contra aquellos que disfrutan de sus obras, convertidas con su complicidad en mercancías puras y duras. Una paradoja realmente preocupante. Y una estrategia clásica y perversa del capitalismo, ampliamente contrastada; no hay más que ver a dónde ha ido a parar la lucha obrera.

Y luego está la crítica, que ve peligrar su aura de gurú y actúa a la defensiva y sin humildad, cuando probablemente debería tener más trabajo que nunca dada la inflación de obras audiovisuales en la que nos movemos. Claro que eso solo será posible si los críticos (una buena parte de ellos) se dan cuenta de que su trabajo no consiste en demostrar cuánto saben ni qué ingeniosos pueden llegar a ser, sino en aplicar su saber (los que lo tienen, que sobre esto también hay mucho de que hablar) en analizar las obras, encontrar tendencias y descubrir lo que nos están contando las películas sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Y a ser posible, sin hacer que el lector se sienta como un idiota porque no ha oído hablar del último cineasta coreano recién descubierto en el Festival de quién-sabe-dónde.

Por cierto, que yo también aprendo mucho. Gracias, amigo.

la comunista otra vez said...

Ah. Y que Internet ayuda bastante al cumplimiento de ciertas utopías que parecían imposibles y que no deberíamos olvidar: la democratización del saber, la comunicación horizontal sin jerarquías, la libertad de expresión, el acceso a la información. No me extraña que el capitalismo y la economía de mercado utilicen todas sus armas para neutralizar esos efectos: desde las armas más directas (prohibiciones, restricciones, concentración empresarial) hasta las más perversas (lo dicho sobre los derechos de autor, el control de la tecnología). De momento, es apasionante el mundo que Internet abre.

saynomoreglass said...

Salute, Nacho. Gracias en nombre del blog entero. Estamos,como ya sabes, a tu disposiciòn. Un abrazo grande y fuerte.

PD: Siouxie decìa que internet era el verdadero movimiento punk al poder. Creo que tiene razòn. Lennon tambièn hablaba de la guerrilla mental (que de alguna manera se lleva a la pràctica en la red) y alguno comparò la riqueza cultural que hoy se puede encontrar en internet con el verdadero contrapeso de pèrdidas tan terribles para la humanidad como la de la biblioteca de alejandrìa. Bue, da para mucho el post y las ideas revientan como palomitas de maiz por aquì y por allà.